11 de mayo de 2006

Súper villanos 4: Julio Cortázar. I


“Cortázar volvé, qué te cuesta”

Graffiti en una pared de Buenos Aires.

Tal vez, para ser historiador se debe ser inmune a los sentimientos. Uno no puede escribir cuando se tiene tanto terror de que tu pareja te deje; ¿Ahora, se imaginan una esposa?, y sí hay hijos las cosas empeoran, porque generalmente entran dentro del paquete. No se puede escribir cuando hay tanto que perder, mientras se prepara una encarnizada batalla donde la base enemiga es la casa de la suegra. Inexpugnable.
Debe ser imposible escribir en esas condiciones. Cuando tratas de saber si Hidalgo quería realmente nuestra independencia o no, el riesgo de insertar accidentalmente un párrafo, un enunciado, una palabra o una letra que revele un estado emocional lamentable, es todo, menos aceptable. Por eso los historiadores que conocí eran bien chingones pero vivían vidas notablemente solitarias, sin lazos que al romperse los pudieran lastimar. Así debe ser mejor. Hoy creo que esa fue una de las principales razones que me hicieron abandonar la carrera y la ciudad que tanto estaba aprendiendo a querer. Por sucia y pandrosa.

No, no es porque algún día me vaya a dejar mi esposa. Dudo que me case, para empezar. Pero como me conozco mejor de lo que quisiera, estoy segurísimo que algún día sufriré y mis entrañas se quemarán de amor por una bellísima extraña que vi en la calle; porque no está interesada en las relaciones a largo plazo, sólo en el sexo casual sin ataduras pero no conmigo. Y lo peor será que un día de la manera más arbitraría, va a revivir un recuerdo bien doloroso y no podré hacer nada más durante las siguientes cuarenta y ocho horas, más que escuchar canciones de amor y tomar tequila. Obviamente no podré escribir y todos saben que una investigación histórica no puede detenerse nomás porque soy una nena.

No me puedo mover porque me imagino que me miran de reojo.

Pero bueno basta de ese rollo que con toda seguridad habría sido eliminado del manuscrito de mi primer (hipotético, hipotético) libro publicado por la editorial Clío, por sentimentaloide e inútil.

A lo que vine: Hace mucho tiempo Cortázar bautizó como lectores-hembra a los lectores pasivos que, al leer una novela cualquiera, lo hacen como si estuvieran viendo una película o un melodrama; sin darle nada al texto y sólo esperando que la cómoda sucesión de acontecimientos los lleve al final. Como es natural, en sus cuentos lo único que se sucede son sucesos aparentemente inconexos y sin sentido, que al final no quedan claramente resueltos. A menos que seas muy chingón, lo que se tiene que hacer es volver a leerlo, con muchísimo detenimiento para darte cuenta que se acaba de inventar 32 palabras, de las cuales 15 son animales extraterrestres, las otras 15 nombres de automóviles búlgaros cuyo motor funciona con rompope y las otras dos nunca se sabe. Una vez comprendido todo esto, las otras miles de palabras del texto quedan abiertas a interpretación. Los sucesos pasan y están ahí, pero todavía hay que colorearlos. Una vez terminada esta ardua tarea todavía queda el final, y lo que se descubre casi siempre, es que después de tanto desmadre uno todavía tiene que imaginarse que chingados pasó, porque la última imagen que Julito describe es la locura o un perro.
Dicho esto, debería quedar clarísimo (sobre todo si lo has leído) que Julio Cortázar, como buen argentino que es, no habría podido, ni queriendo, escapar de su condición de mamón… mamonsísimo. Pero un mamón genial, eso sí.
Por eso sus cuentos, como bien dicen las contraportadas de las ediciones que les saca Alfaguara, siempre se te quedan viendo, esperando algo. El lector consciente de esto está, pues, en una situación complicadísima, pues el cuento espera algo pero no te dice que es con una indiferencia que lastima. Lo peor es que si fallas te imaginas una carcajada. El inconsciente se debe divertir más, acaba de leer un cuento que sólo en sí fue un placer leerlo. Aunque no le hayas entendido ni madres. ¡Por eso nunca deben leer las contraportadas! Son bien mentirosas, en serio. Halagan hasta a los libros del Cuauhtémoc Sánchez.

Seguramente a Julio le divertirá mucho al vernos desde allá donde este, bien muerto por decisión propia, porque es un genio. Y sin querer volver aunque no le cueste nada, porque es un mamón.

3 comentarios:

Iván dijo...

hola chito :)

Ricardo Santos dijo...

por tu culpa me metì en las entrañas de ese novelòn y la maga no salìa de mi cabeza.

Lagarto dijo...

Leí fragmentos de de Rayuela, y de repente olvidé terminarlo.
Tendré que comenzar otra vez, me gustan las repeticiones.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.
Hay detalles.

Saludos.