La importancia de ser Alemania. Parte I.

El primer campeonato mundial que Alemania ganó, en 1954, lo hizo derrotando en la final a Hungría, la selección que cuando se enfrentaron en la primera ronda les había ganado 8 – 3. No sólo eso, el equipo húngaro estaba conformado por 11 cracks liderados por el legendario Puskas, y los alemanes por once troncos, supervivientes de la segunda guerra mundial. Sin embargo en la final Alemania demostró por primera vez en la cancha que cuando las leyes de la lógica y la probabilidad están totalmente en su contra, van a ganar, o por lo menos a empatar.
Y cuando pierden tiene que ser legendario, como la derrota en la final de 1966 (que por cierto sucedió en tiempo extra, después de que empataron en el último minuto) o contra Italia en la semifinal de México 70. Como es natural, este partido es el juego del siglo.

Ayer en el partido entre Alemania y Polonia se dirimía algo más que las esperanzas de calificación de los dos. Polonia, a la clásica usanza de los mexicanos cuando enfrentamos a Estados Unidos, esperaban en el campo cobrarse afrentas históricas, principalmente la de haber sido el primer país en sufrir la invasión nazi. Hicieron todo para arruinarle el día a los enemigos históricos; se defendieron como se defienden los perros e incluso estuvieron cerca de meter dos o tres goles. Hasta el minuto 91 parecía que todo iba a quedar 0 - 0 y se iban a salir con la suya. Pero uno podía ver en su cara que ni siquiera ellos se la creían. Alemania es peligrosísimo pero nunca tanto como en el tiempo de compensación. El gol de Neuville en el minuto 92 fue una sorpresa que todo mundo esperaba, hasta los polacos.

Los dos mejores partidos del mundial han sido dos 1 – 0. Esto demuestra que el fútbol casi nunca es sobre el resultado, es: Sobre la pasión, sobre Brasil haciendo magia y, más que nada, sobre Alemania no rindiéndose jamás y anotando goles desesperados de último minuto.