26 de abril de 2009

2 vacaciones

¿dónde está la playa?

esto tiene poco que ver con mi idea de una vacación perfecta. La playa, el sol, la arena y el mar nunca han formado parte de mis fantasías. Me encantan los hoteles, pero por su aire acondicionado y, si puedo, no salgo nunca de la alberca más que para ir al buffet del desayuno. Pero viajar para encontrarte en una playa virgen que casi nadie conoce para acampar a un lado del mar, no tiene nada que ver con lo que me gusta. Sólo tú, sentada en la arena, bronceándote. Pero nada más.

sé que a muchos les encanta eso, acampar en una playa virgen que sólo visitan surfers marihuanas. Sé que tú lo amas, que te encanta broncearte, nadar e irte a dormir así, sin bañarte, pero yo estoy odiando cada minuto de este viaje… lo odio, no puedo esperar a llegar a Cancún para irme a un centro comercial a sentir el aire acondicionado, o ir a Veracruz para caminar a todo lo largo del malecón a las 6 de la tarde hasta llegar a cenar a La Parroquia o alguno de esos lugares turísticos muy famosos, para no complicarnos y luego irnos a dormir al hotel, donde me voy a dar un regaderazo de tres horas. No vamos a pedir una habitación doble, no, vamos a pedir una habitación individual, que apenas quepamos en la cama.

seven years of holidays

tenías ganas de un artista ese fin de semana. Fue lo único que me dijiste cuando me diste el beso de despedida en la mañana y me largaste a medio vestir. Fue un error presentarte a mis amigos, mis celos estaban muy bien justificados desde siempre. Apenas se vieron noté como te miraban pero, sobre todo, como los mirabas, como si te importara muy poco que te vieran con esa expresión que yo no podía ni siquiera imitar porque yo más bien me quedaba fascinado con tus ojos, tu cabello, tu color de piel blanco y lechoso, tus pecas, tu sonrisa pero no cuando sonríes mientras haces a un lado la cerveza y te acomodas para besarlos; no, tu sonrisa cuando algo te hace caerte de risa, cuando yo te hacía sonreír con un chiste estúpido al que apenas le ponías atención y después de un rato me pedías que te repitiera que te dije, cuando escuchas una canción de Bob Marley

las noches para mí no eran la gran cosa. Sólo las pocas veces que nos quedamos en el departamento a tomar y llegabas con tus amigas. Odiaba que alguna de ellas llegara a hacerme plática porque yo nada más te estaba poniendo atención a ti y tus expresiones mientras te ligabas a alguno de mis amigos: el músico, el escritor, o el mamón que hace videítos y se cree cineasta. “Bueno, qué quieres”, me dijiste un día, que ya no aguantabas mi mirada. Le di otro trago a mi cerveza, “que dejes de hablar con él y te vengas conmigo”, “tu nada más me quieres emborrachar”, “pues sí”, admití, nada más la quería emborrachar, “pero ya no queda cerveza”, dije, derrotado.

al siguiente día regresó tu novio de sus ridículas vacaciones en Europa y no te volvimos a ver ninguna noche. Lo que para mí fue un infierno. Que soporté empedándome a la media hora de que llegábamos a cualquier bar, y dos días saliendo con tu prima, a la que no le importaba que todo el tiempo estuviera pensando en ti. De todos modos un día que estaba crudísimo y por lo tanto, insoportable, me salí a pasear al centro. Que bien que hice eso porque te encontré y me acompañaste por un levantamuertos a uno de esos restaurantitos para turistas que están junto a las playas más feas de Veracruz. Ahí, sentados en la barra mientras yo iba despertando lentamente haciéndome a la idea de que estabas frente a mí, y poniendo por primera vez verdadera atención a tu escote, tus hombros y tus piernas y tú te tomabas una cerveza, nos quedamos hasta que se hizo de noche. “¿Por qué te da tanta risa cuando te digo que te amo?”, “no tengo idea”, “pero a mi no me da risa cuando tu me lo dices”, “porque mi amor es cosa seria”, me dijiste, muy seria. Noté que no estabas impaciente por irte y que no te importaba quien nos viera, saludabas a todos los que se acercaban como si cualquier cosa, te reías un poco más que siempre, no me preguntaste por ninguno de mis amigos, te daba mucha risa todo lo que te contaba de tu prima y lo mucho que odiaba a tu novio, “yo también lo detesto, es un imbécil”, confirmaste, para mi regocijo externo.

***

“deberías venirte a vivir conmigo al D.F.”, te propuse, cuando por fin no tuve otra cosa mejor que decir.

“no puedo, yo adoro la playa y tú la detestas. No soportas el calor y aunque no me lo digas, a mí tampoco me soportas. Por eso no mueves ni un dedo cuando me estoy ligando a tus amigos, que son como tus hermanos, que son mucho más interesantes que tú, que son más cínicos y tienen una plática más pretenciosa pero menos boba, y que me quitan de encima de ti por una noche enterita. Mi prima es una imbecilita, no creas que no lo sé, por eso te encantan sus bobadas; yo entiendo todo, no hace que te esfuerces tanto como yo, sabes que si no le pones mucha atención a lo que dice no importa porque dice puras pendejadas y yo soy inteligente, hermosa, y no te aguanto que te comportes como un imbécil; sueñas que me vaya a vivir contigo pero cuando te quedas en mi casa dos veces cada verano no eres capaz ni de levantarte a prepararme el desayuno” te quedaste pensando un rato, como reflexionando, “no me lo vuelvas a pedir nunca”, concluíste.

“bien, yo me quedo entonces”, dije sin mucha convicción.

nos despedimos con un beso largo, que no tengo muchas ganas de olvidar y luego te fuiste con tu novio, que todavía tenía muchísimas anécdotas absurdas de sus visitas a los museos y los castillos medievales. Inventadas casi todas, porque seguramente lo único que hizo fue visitar burdeles europeos como los de Hostal y tratar de ligarse sin mucho éxito francesitas que no se bañaban pero que ni por eso tenían ojos para semejante idiota. Es esa clase de imbécil. Exagero un poco, pero en mi imaginación, lo que no te digo de él es todavía peor. Yo me fui con tu prima, no tenía ganas de regresar al departamento hasta la mañana, que es cuando nos íbamos a regresar, pero tampoco quería estar solo.

*los títulos son el soundtrack