13 de julio de 2011

la verdader razón de que no me atreva a volverme a enamorar desde que me enamoré por primera vez

como te iba diciendo, a veces me gustaría ser un rebelde de Bengasi o un intelectual de cafetín y pasquín (listo para abrirlo en cualquier momento) en el regazo. O un poeta, de esos que enamoran de la manera más mezquina y ruín; fingiendo torpeza, sinceridad y espontaneidad en sus rimas ensayadas y mil veces corregidas. Pero no soy así: mi torpeza es auténtica y para nada alivia o justifica mis errores groseros; no soy un rebelde libio luchando precipitada y heroicamente por la libertad y la justicia en un desierto soportando bombardeos y torturas tal vez y menos que todo soy un intelecutal; no tendría nada que decir, vaya, si alguien tuviera el desatino de ofrecerme alguna columna semanal todos los lunes en su diario o revista. Entonces, ¿así qué podía esperar?

soy un simple contador y cuando me enamoro las cuentas no me salen. Así que procuro no enamorarme nunca. Cualquier error u omisión en las cifras que manejo, pueden resultar catastróficos para mí y para la empresa que depositó toda su confianza en mi habilidad con los números.

teniendo siempre eso en mente, es que iba (voy) siempre a las fiestas, a los bares, al súper... Con la firme intención de evitar cualquier tipo de contacto visual que pueda acarrear consecuencias peligrosas; como una cita en un café, en un bar, en un cine. O peor aún, una caminata en el parque. Y ese principio de acción lo tengo siempre firme y en mi mente en todo momento, por eso es que no sé en que demonios estaba pensando cuando pasé entre media hora y 45 minutos tratando de de una vez decidirme a irle a hablar a ella, tan guapa, tan tatuada y tan específica en su manera de mirar y sonreír... así, ja... como si cualquier cosa. Menos aún sé que estaba pensando cuando me atreví a invitarle un trago, un helado, un café, una ida al cine o ya lo que fuera. Cualquier cosa.

y no sé que hubiera sido peor, que me dijera que no o que me hubiera dicho que sí. Las familias que hubieran acabado en la calle por mi culpa, el dinero que hubiera terminado en las arcas de hacienda o en la basura si hubieramos pasado una tarde, cualquiera, juntos, haciendo bobadas.

desde la temprana adolescencia no había corrido nunca un peligro tan grande; desde que una vez descubrí la verdadera belleza de camino a la tortillería. En una de mis vecinitas. Acababa de llegar a la cuadra y estaba afuera de su nueva casa sentada en un baúl en actitud vigilante, sin mover un sólo dedo para ayudar en la mudanza de muebles y cajas.

después de ese aciago día, pasé quizás las tardes más felices de mi existencia en compañía de otra persona que jamás recuerde. 4 o 5 a lo largo de un mes entero, durante el cual mis calificaciones y la rutina perfectamente estructurada de mis días sufrieron descuidos desastrosos. Todo para que al final terminara todo en decepción, lejanía y una añoranza absurda, difícil y a falta de una mejor palabra para describirla, un poco cruel. Pero las cosas que pasaron con esa pequeña muchachita de faldas y blusas de colores pasteles y piel pálida serán el tema de una historia que les contaré a detalle mucho después, cuando tenga menos ganas de convertirme en un poeta o en un rebelde o en un intelectual; o en un músico de cafetín los sábados por la noche; o en pintor de paisajes, desnudos y/o batallas; en un tipo ingenioso y elegante.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enomarse es Vivir!, si no te hubieras enamorado nu hubieras sentido, no habria memorias y no lleegarias a este punto, no serias quien eres.!

Karla Juárez dijo...

pensé la novela ya era parte del pasado, ojalá no se haga asesino, o mejor si.