6 de julio de 2008

una niña enamorada en un parque sucio en primavera

a ti, ahora que escribo estas líneas que se verían mucho mejor manuscritas, o a máquina, no te enseñan en ninguna escuela de escritores, en ningún taller de redacción ni puede describirte con exactitud ningún profesor de literatura de secundaria, prepa o universidad; siempre se les va un detalle a esos pedantes, un lunar, un gesto, una mirada o tu olor y reconocer tu cuerpo, como se siente cuando está desnudo, silencioso como un muerto, pero caliente como un verano que dura siempre; tu respiración nerviosa y tu aliento húmedo; tu caminar, grácil, digamos, para que se den una idea, como una hoja de un árbol que se cae, meciéndose en el aire porque no resistió el otoño (tu sudor es dulce como helado de vainilla).

(digamos, también, para ser totalmente absurdos, locos arbitrarios: que eres un eco, de una canción de rock de los 70’s, de por lo menos un poema de amor, de algún cuadro lleno de colores, de un par de ojos grandes y unos labios gruesos, de la mitad de nuestros recuerdos, de añoranzas, de desencuentros, de una media noche insoportable, mientras nos íbamos quedando cada vez más solos).