7 de octubre de 2010

Avenida Central, Madero, Calle Real

cuando me di cuenta que la que soñaba era ella, traté de que no se diera cuenta, que ni un signo de la turbación que sentía se dejara ver, que nada delatara el sueño. Traté de comportarme lo más normal que pudiera durante las siguientes horas, reciclando conversaciones, deseando que el cielo no se pusiera verde de repente y/o que los animales no empezaran a hablar o que, los turistas chinos a nuestro alrededor no empezaran a saltar, casi volar, impulsándose de las puntas de las ramas de los árboles de lo que parece ser el Jardín de las Rosas.

"que no empecemos a volar", pedí-murmuré en voz baja y ella, por suerte, creyo que estaba intentando ser profundo y poeta y no se dio cuenta de mi temor, muy literal. "Yo sí le perdonaría que no supiera volar" (no sé ella, durante el transcurso de la noche me había perdonado muchas cosas, muchos olvidos, muchos silencios graves, sonrisas y besos desesperados, que no pudiera mirarla a los ojos mientras trataba de despedirme); en fin, se trataba de evitar las metáforas, de hacer que este fuera el más pedestre de los sueños para que, por lo menos, no se terminara.

hartos de la cerveza nos levantamos e iba yo con el firme propósito de evitar los columpios, los parques de diversiones los acantilados de donde pudieramos despegar, la playa que tanto le gustaba, la fiesta donde nos conocimos, el bar donde decía, pretendí olvidarla, cualquier cosa que la hiciera despertar y, tal vez, olvidarme. No podía arriesgarme a que no me volviera a soñar o que cuando me volviera a soñar no me recordara y me tratara como a un extraño y tracé un plan desesperado: hacer que el sueño durara una enternidad por lo menos, de ser posible, si no, sí quince días que, en el tiempo de los sueños, quien sabe cuanto sería; también dependía mucho de si esto era una siesta o un sueño normal. No podía perderme en su mirada; mientras, a mi alrededor se estaba haciendo de noche (no me había dado cuenta cuando se había hecho de día, tal vez, hasta ese momento, el sueño había transitado siempre en el ocaso de las 7 de la tarde), empezaba a llover y ella volteaba la mirada a otros lados, a las luces de los monumentos iluminados del centro, a los turistas extraños...