8 de noviembre de 2011

El burócrata viajero del tiempo que se enamoró en un bar.

soy un burócrata Gris. NO amarillo, azul, rosa, rojo, negro, misterioso, homicida por las noches, pervertido, triste, suicida, aficionado al fútbol. Nada de eso, simplemente soy... gris. Nadie escribirá de mí y mis viajes en el tiempo y las dimensiones cuando muera, así que tendré que hacerlo yo mientras estoy vivo, en una de estas formas 4-11 que siempre hay regadas en esta oficina.

todo o nada empezó en aquella cantina, llena de enamorados viejos y tristes, carteristas, prostituas, vagabundos y asesinos (de los psicópatas y de los de a sueldo). Todos borrachos. Yo ahí estaba casi todos los fines de semana, no tan borracho como ellos, pero perdidamente enamorado de la mesera. Que era, para empezar, la mejor mesera que he visto en mi vida. Atenta, rápida e incansable, se movía con habilidad y urgencia a través del bar aunque estuviera atiborrado de personajes lamentables sin bajar el ritmo durante toda la noche.

claro que no era eso lo que me hacía quererla con locura... Le sonreía bien bonito a los borrachos. Siempre amable, en ves de repugnada divertida, y hasta comprensiva. No importaba que unos fueran peligrosos homicidas, otros vagabundos tristísimos con un pasado obscuro o simples burócratas de oficina de gobierno. A todos les sonreía igual de bonito con toda la cara.

pero todo aparentemente se terminó un día que viajé en el tiempo sin equipaje a través de un hoyo de gusano que además era interdimensional. Es decir que un día desperté en la década de los 60's y además en otra dimensión. Una dimensión donde los zombies son reales y las ciudades de todo el mundo reciben cada cierto tiempo devastadores ataques de una bestia muy parecida al Godzilla que todos conocemos: un lagarto gigante que escupe fuego y es real e inquívocamente imparable. Y yo, todo el tiempo, no podía hacer otra cosa que pensar en la mesera de ese Bar, que seguro había desaparecido cuando, por una razón desconocida, los materiales con los que estaban construidos la realidad y el tiempo se comenzaron a desintegrar y todos nos deslizamos a través de diferentes hoyos de gusano hacia diferentes realidades y mundos (después me enteré que nadie desapareció y de hecho no todos viajaron en el tiempo ni a través de dimensiones paralelas, pero eso ya fue en la siguiente ruptura de la realidad y es totalmente otra historia).

estaba en una dimensión diferente a la de ella. Que daba igual porque para efectos prácticos, seguía siendo igual de inalcanzable que aquellos sábados por la noche en los que embrutecido de borracho, no me atrevía a decirle cuanto la quería con ese amor sincero de burócrata gris e inescrutable que sólo los burócratas grises que quieren en realidad pintar estúpidos cuadros de amor, de los que nadie escribe, pueden sentir.

no me quedaba entonces otra, que buscar un trabajo en la burocracia de ese nuevo mundo, que, para mi buena fortuna, era prácticamente lo mismo que la burocracia que yo ya conocía en este mundo. Y ahí me senté a llenar cientos de formas de seguros (de reparación de daño por ataque de Godzilla o batalla entre Godzilla y Mothra) mientras esperaba una nueva ruptura de la realidad, el espacio y las cuatro dimensiones que me trajera de vuelta a mi mundo donde en la esquina del 27 de Septiembre y Aristeo Mercado están, en lugar de alguna sucursal del banco interamericano, esa cantina de cuento.

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