30 de enero de 2008

227-A

guardo las canciones que me dedicaste en un ático, por si algún día las necesito. A veces me dan ganas de regalarlas, tirarlas a la basura o dedicárselas a otra.

la verdad, últimamente me gustan más las de Interpol, the problem is, that you’re in love with someone else… Cmere, Slow Hands, las máquinas secretas, tú sabes. Como en el verano, pasearnos por las calles vacías (es decir, evitar a toda costa el centro, lleno de turistas gringos, gordos e imbéciles) y encontrar un bar abandonado, lleno de solitarios, y sentarnos a mirar el juego. Al final, tristeza colectiva: otra derrota y el Barsa está ahora a nueve puntos del Madrid.

verte lo poco que te veo, un saludo nada más, es combustible para semanas (y el calentamiento global, me vale madre). Me dan ganas de comer, de ser poeta, ¿y eso qué es?, de ir al tianguis a comprarte más cosas absurdas, regalos tontos y otra blusa de saldo, realmente hermosa, pero que sería una grosería regalarte. Guardo todo en tu caja, junto con otros regalos improbables y las canciones que no te di porque estabas tan enojada cuando te fuiste que no te las ibas a querer llevar, mejor me las ibas a aventar a la cara. Junto a los cuentos que te escribía donde siempre eras la protagonista, que no releías más de una vez y que no podías parar de reírte un poquito mientras lo hacías, aunque fueran tristes.

en uno, el que acerqué más a la realidad, somos, vida mía, personajes de un libro de Vargas Llosa, de los secundarios que mira con tanto desprecio (peruanos, seguramente) porque el imbécil no entiende a Latinoamérica con todos sus pobres, al fútbol, mucho menos el amor. Nos desprecia, pero al mismo tiempo nos dibuja con trazos seguros, precisos, nos colorea como un artista de cómic especialmente inspirado y escribe nuestros pensamientos puntualmente, exactamente como son pensados, adentro de unos globitos increíbles. Luego, mejor nos vamos a una novela de otro autor, donde nos pasamos casi todas las páginas buscando un hotel donde nos dejen pasar la noche aunque no traigamos maletas y escuchar rock clásico, molestando a los de los otros cuartos. Él sí nos dibuja, un poco torpe pero por fin, besándonos en la calle, hasta que me canso de tu boca que está dulcísima y te beso el cuello como vampiro y la oreja, como no, a pesar de tus protestas y sobre todo de la risa histérica que te provocan las cosquillas, pero cuando por fin te abrazo y te guardo en mi pecho sigues riendo. Te secas el cuello y la oreja con la mano y me miras burlona, hermosa, enamorada y coqueta, pero no cómplice.

son esas cosas, las otras, las que yo conozco de tanto mirarte desde el otro lado de la plaza, de tanto esperarte con una expresión más bien de incredulidad, de haber sido un cobarde, de que voy a seguir leyendo tus pedazos de carta porque me encanta cómo escribes como gritando cuando te emocionas por unos tenis nuevos o cuando te enamoras, porque me da un no sé qué quererte.