26 de diciembre de 2008

Guanatos

Llevo más de 5 horas recorriendo los lugares de Guadalajara que visitaba cuando vivía aquí. Pasé frente a mi viejo departamento y las ventanas siguen teniendo los mismos adornos que tenían cuando yo estaba ahí, aunque mis exroomies-examigos ya se cambiaron.

Entré a Plaza Galerías y la mitad de las tiendas estaban cerradas. Entre a casi todas las que estaban abiertas. Me tardé en Mix Up más que en las otras. ¿La edición de dos DVD’s de El Caballero de la Noche de verdad necesita una caja tan ridícula? Es obvio que no, pero a estos cabrones como les gusta joder.

Me tomé mi tiempo, y no sé ni porque, de verdad no soporto las plazas así, con esa estructura, esos colores y ese tamaño. Especialmente chocante me pareció el árbol de navidad gigantesco patrocinado por Ferrero Rocher, pero fuera de eso, mi visita fue bastante agradable. En total soledad, aunque estaba rodeado de más gente de la que seguramente visita los lunes cuando si abren todos. Había muchos turistas medio perdidos, me pude dar cuenta. El pequeño viajecito de nostalgia me agradó y me perturbó un poco, nunca pensé que disfrutaría tanto un paseo solitario por esa plaza tan fresa que tanta aprehensión me causaba antes, entre esa gente que, siempre que viví aquí, no pude dejar de calificar de una bola de fresitas mamones, a pesar de su gran indiferencia a lo que yo pudiera dejar o no pensar de ellos.

Me relajé mucho, las tiendas cerradas, seguramente. Fui al cine y estuve a punto de entrar a ver la función en IMAX de El Día que la Tierra se detuvo; hace mucho que no voy al cine solo y parecía la ocasión perfecta, pero no me animé, a ver si mañana vuelvo.

Entre a Sanborn’s (sangrons, ja-ja-ja…, ok, ya, no lo vuelvo a decir… pero tu tampoco eh) y compré una revista antes de irme (la de Olallo), nada más porque tenía un póster de King Crimson que me dispongo a pegar en casa apenas regrese. Entonces fui a Wal Mart, el lugar donde más disfrutaba ir a comprar y leer revistas durante una hora cada vez que hacía la despensa. Nada más me compré un agua y me fui. Fui al centro. De camino volví a pasar por el viejo departamento y me sentí extraño y preferí ya no voltear a ver nada del paisaje. Hundí mi cabeza en mi revista hasta llegar al centro. Cabe mencionar, que, durante todo este rato, no dejé de escuchar música en mis audífonos. Ya sé que para esto de la turisteada y la vagabundeada suele ser importante el sonido ambiente, ustedes saben, le da textura a las imágenes; las voces de la gente, los motores de la calle, los pasos a tu alrededor, las risas los gritos los llantos etc. pero un buen Soundtrack musical también puede hacer el trabajo. Si quieren experimentar más o menos la caminata con los sonidos, pueden en este momento poner la música que se les antoje.

Como sea, apenas me bajé del camión noté que también, en el centro, y como seguía siendo navidad, casi todos los negocios estaban cerrados. Pero de todos modos había muchísima gente.

Uno, dos tres, pasos por aquí, ahí veo un mimo y mucha gente reunida… que hijo de puta, acaba de persignarse porque cerca de él acaban de pasar dos punketos especialmente mugrosos, muy en su pedo y muy sin pelarlo. Gracias a que tengo los audífonos no me entero si el público se rió o no de ese chiste, que resume en una sola acción toda lo mamona y detestable que puede llegar a ser esta ciudad y mejor me voy de ahí. No me imagino que el mimo se persigne si junto a él pasa un homie repatriado de Estados Unidos, rápado y con tatuajes, con aspecto de verdad rudo y no lánguido y debilucho como esos dos punketos. En fin, no sé para que me enojo tanto, si a mí en realidad me cagan los punketos. Pero no me meto con ellos. Supongo que me caga más la gente idiota. De todos modos ya me fui.

A pesar de ese desagradable incidente, me encuentro disfrutando mucho de este lugar. El Centro de Guadalajara no es tan, digamos, hermoso como el de Morelia: no está construido con Cantera Rosa ni tiene una catedral tan Monumental, pero es un ambiente diferente, mucho más familiar y más relajado que el de mi ciudad, que todo el tiempo está secuestrado ya sea por pubertos de las numerosas prepas que hay cerca (que no me hacen nada, ni me pelan, pero me irritan, no sé de verdad que haré si algún día tengo hijos y llegan a la pubertad), por los culturosos alumnos de Bellas Artes o, una vez cada año, por los Culturosos adinerados que organizan el Festival de Cine y el festival de Música respectivamente y que se creen que están haciendo algo muy importante, tan importante que lo hacen nada más para ellos y usan el centro de Morelia nada más como fondo, ignorando lo más que pueden a sus habitantes comunes y corrientes. Ninguna de esa gente hace ningún daño, pero el ambiente no es el mismo; a pesar de que Guadalajara es una ciudad, insisto, eminentemente elitista, fresísima y que en el centro exhibe, mucho más que otras ciudades (a pesar de la estatua de Hidalgo), un orgullo fuera de lo común por sus raíces hispánicas y desdén por las indígenas, encuentro mucho más agradable pasear por aquí. Nada más, si algún día pueden, observen el relieve que está atrás del teatro degollado. El único indígena que hay, es apache, y está hincado, lejos, en la esquina, observando a los conquistadores españoles con sumisión y tanta majestuosidad como puede observar un hombre en cuclillas.

Cuando vivía acá y me hartaba del cargado ambiente de la casa me encantaba venirme a sentar a una banca de plaza de armas, con una revista o un libro que nomás traía a medio leer y para farolear, porque lo único que hacía era ver a la gente pasar. Y quien sabe porque, ni son tan interesantes: o son familias locales, o parejitas de enamorados, o familias o grupos de turistas. Ahora hice lo mismo, quise ponerme a leer mi revista pero era mucho más interesante un vagabundo que estaba junto a un bote de basura rompiendo papeles que guardaba en su saco. Los veía, los analizaba con una expresión muy, muy grave, como si en lugar de volantes o folletitos estuviera mirando documentos importantes de su antigua vida y luego los tiraba. En todas las bolsas de su sucio saco traía esos volantitos y muy lentamente, con mucho cuidado, los iba purgando. Al final nada más se quedó con los estrictamente indispensables. Indispensables para qué… qué se yo. Cuando se fue él me fui yo, sin ese personaje ya no había que más ver ahí, más que turistas turisteando, como yo.

Camine un poco más a la explanada de la Plaza Degollado, donde para mi sorpresa me encontré con que había, ni más ni menos, tres Santa Claus posando para fotos con los, seguramente, muy confundidos chiquillos. ¿Cómo van a explicar los papás esa desastrosa multiplicidad de santa Closes a sus hijos? Bah… supongo que esto del capitalismo, donde lo único que se intenta es maximizar ganancias sin importar la salud mental de los menores de 8 años, a nadie le importa.

Seguí caminando, a paso de verdad pausado. Habían un predicador y una estatua humana. Me quite por primera vez los audífonos para escucharlo pero, como casi siempre pasa con los predicadores, no fue tan interesante como esperaba y me seguí de largo. La estatua humana tampoco tenía mucho de interesante (en eso sí, nadie le gana a Morelia) pero, más adelante, estaban cuatro güeyes bailando Capoeira. Bastante chingón. Me volví a quitar los audífonos y los vi un rato, hasta cooperé con 1.50 para su noble causa de ir al rato a ponerse pedos y pachecos. Que rico. Me impresionó uno de ellos porque era capaz de caminar en las paredes. Eran tres y se tomaban turnos para bailar pero era el rapado y con más tatuajes el que los eclipsaba a los otros dos con sus movimientos robados directamente de Matrix (La primera). Ya me fui porque estaba anocheciendo y tenía que tomar mi camión afuera de San Juan de Dios, y eso me da miedo. Eso amerita otra crónica, a ver si mañana voy, pero más temprano, y no me compro nada.