29 de septiembre de 2009

the voodoo that you do so well

Se acaba el camino. Es una lástima, el sonido de mis audífonos nuevos es realmente bueno. El camino era hipnotizante: toda la luna iluminando el desierto, y partes de la carretera sin ningún tipo de iluminación artificial, ni siquiera los focos de los trailers prendidos junto a los restaurantes de los que en otras partes está lleno el camino: aquello era un espectáculo alucinante.

(Digamos que llego a las seis de la mañana, que no traigo maleta, que no traigo nada y me quedo sentado en el piso de la central, junto a una cafetería, sin entrar, sólo esperando que aparezcas en la entrada para decirte “vámonos de aquí”. Entonces, supongamos por un momento que no estoy loco)

“Yo antes era algo así como un crítico de arte”, te digo, “ahora, no soy nada”, continúo, después de una larga pausa en la que pienso que no sé qué decir, y que no sé porque demonios dije eso, para empezar. Será porque vamos a un museo, concluyo. Pero tu no me crees, no me crees que no soy nada, tienes ganas, muchas ganas de escuchar mis opiniones sobre las obras de arte del museo de arte contemporáneo.

(Estoy esperando viendo la tele, sólo esperando a que descubra que soy un fraude, que todo su cariño, lo está desperdiciando en mí. Me cansé tanto por llegar, para que me veas y me diga que ya se va, y yo con estas ganas de hablar, de decir por fin, yo también te amo –lo repito mil veces en mi cabeza-. De que no se vayas nunca, pero, carajo, estamos en un cuarto prestado de un familiar que no sabe que estoy aquí, y que cuando le dije que me prestara su llave para cuando viniera a la ciudad no tenía idea de que lo iba a usar para verte, y tenemos que irnos pronto, yo de regreso a mi ciudad, tú a tu casa, como verdadera niña buena, a mirar a todos con esos ojos tan bonitos y de repente nomás me digo, no jodas, no jodas, como dices cursilerías, como tu nostalgia se ha transformado en pura poesía vomitiva de niño de secundaria que nunca ha leído y de repente quiere escribir versos y décimas de belleza inenarrable, indescriptible, Cortaziana, -ref. capítulo 7, “se miran como cíclopes” –¿síncopes?-, etc.-. Y en eso estoy, cuando vuelve a entrar al cuarto.

“Te amo, no te vayas nunca” Digo, en un arranque de temeridad y honestidad estupidísimo.

se hace un silencio insoportable en el cuarto, en el departamento, en toda la cuadra, en la ciudad nomás se escuchan aullar a los locos y a los perros. Maldición, esto no puede ser bueno.

“No exageres” Dice por fin.

Me tranquilizo.

“Ok… pero sí te amo”

“Eso dices” y sonríe.)