30 de agosto de 2010

los suburbios

kick start my childhood

ayer soñé con un jardín blanco, todo blanco como un vestido de novia o una hoja sin letras o el sol quemándote en los ojos.

los juegos eran todos juegos de mesa y subirte a uno de ellos representaba un peligro mortal, un riesgo grandísimo de quedar mutilado y por eso, ironías de la vida, eran juegos reservados sólo para adultos, pero eso no impedía que a veces algún infante intrépido---

después desperté, previsiblemente en un manicomio (¿o en un bar?), ahogado, bañado en alcohol (pero vivo, apenas lo suficiente para recordarlo todo vagamente: sus labios en mi cuello, la sensación de saberme desenmascarado ahí, justo ahí frente a ese espejo que representaba su cara y luego todos los pasos que tomé, meticulosamente, para recluirme en una institución mental del Japón y así no estar seguro de si de verdad me recordaba o era uno de esos sueños que se confunden con los sueños lúcidos o un recuerdo que se confunde con un sueño ), desesperado por sentir el tacto de la palma de la mano de una enfermera, vestida y peinada a la usanza de los años 50's.

***

"uy", me dice, despectiva, "la tristeza inventada de tus amores inventados"

"tú no eres un invento", refuto

"claro que lo soy, mírame bien, mírame bien"

no desaparece, pero su presencia frente a mí en ese café y con esa cerveza es cada vez más dudosa, rebatible.

"tenemos que irnos de aquí"

todavía siento su mano contra la mía, como se estremece cuando la toco, como finge que no pasa nada, que apenas me recuerda, que esto no es nada, que, ¡sí como no!, no somos nada, pero si claro, fuimos todo, ¿no es así siempre?, y yo tanto miedo que le tenía a su indiferencia, ahora resulta que me da igual.

"la última vez que te vi", empiezo, decidido, "vamos a acordarnos, vamos a aclarar esto de una buena vez".

***

nos sentíamos invencibles; seguro que eramos adolescentes o estábamos enamorados o peor aún las dos cosas, el caso es que nos sentíamos indestructibles y bueno, yo no podía dejar de acordarme que la noche se tenía que acabar, si no no hubiéramos sentido esa urgencia incontrolable de besarnos toda la cara y mordernos las orejas y hablarnos al oído para que nadie más escuchara, para sentir que estábamos solos en ese cuarto lleno de cigarro. Tratando de descubrir algo por lo que valieran la pena los días tan insoportables que seguían, mientras, mansamente, como pasa con todas las cosas, se nos iban olvidando estas ansias ridículas de que todo fuera eterno e inagotable