6 de febrero de 2011

sobre mi fascinación con ciertos oficios 2

ahí estaba, en el bar otra vez, mirándola y escuchando Reggae.

"no mames, tengo un montón de trabajo"

me quejé amargamente.

"Ya, dile algo, ya, ya..., ya… wey".

responde Mario, o Armando, o Paulina, o quien sea, pero muy impaciente.

"claro, como está bien fácil ir y hablarle a la mujer más hermosa del mundo".

"ay no mames, no es la mujer más hermosa del mundo… digo, está bonita pero…"

"cállate, grandísimo imbécil", le respondo gritando mientras manoteo, exhaltadísimo. Exagerando un poco en mi reacción, sí, pero para nada en mi apreciación.

15 minutos después, cuando superé la vergüenza de quedarme solo tan de repente (mi acompañante no se fue tanto por los insultos, tan bien merecidos, como por la desesperación de que desde hacía rato preferió irse a una fiesta que está apenas a la vuelta), por fin me animé a pedirle la cuenta. Y cuando la trajo la pagué.

***

lo malo de estas pasiones amorosas tan silenciosas y al mismo tiempo tan obvias es que son, en el mejor de los casos, como un mosquito molesto para la persona provocadora de nuestros desvelos y malestares. En el peor y más común: nada. Porque en realidad, ¿ella qué? (o él), ¿a esa inocente personita qué puede importarle este debraye tan patético que es, en el fondo y en la superficialidad algo tan pero tan personal?, carajo: nada, y darse cuenta de eso lo deja a uno más solo aún que..., la cosa esta así:

por la mañana me levanto y me preparo para el desayuno cualquier cosa, casi siempre unas quesadillas austeras de jamón, sin salsa. Después de un largo baño salgo a la calle, con la esperanza, como no, de encontrarla y de que si acaso mi esperanza se cumpliera, llegado el momento pueda cruzarme lo más discretamente posible la calle, conservando lo más que se pueda, la dignidad intacta. Luego voy al trabajo y, como no, pienso otros 15 minutos en ella y echo a perder varios audios, extravío algunos papeles y varios minutos esenciales de la captura de video del día anterior; lo peor llega cuando ni siquiera logro prender con éxito la computadora y solamente me quedo mirando a la pantalla completamente negra donde lentamente se va formando mi reflejo, irreconocible ya en ese momento, sin ojeras siquiera, mirándome extrañado, sin hacer tampoco nada, como yo.

después, a las 7 de la noche, rendido, bajo al centro de la ciudad donde pretendo caminar, ir por un helado con mi mejor amiga de nombre ya, en este punto, francamente desconocido y mil veces olvidado en el tercer o cuarto plano de mis pensamientos ante el poderosísimo pero vago recuerdo de ELLA (así, en mayúsculas para mayores efectos de romántica desesperación) y el par de lentes que muy seguramente al azar escogió ese día pero que se le verán tan bien, que qué nervios me darían que en verdad, a la vuelta de la siguiente esquina, se me aparecieran de sorpresa, como lo vengo deseando desde que le otorgué de este sentido tan sinsentido a mis caminatas nocturnas en el centro histórico y entonces, con ambivalente desesperación, le pido a los dioses más desocupados de cualquier religión que vengan en mi auxilio, para que no vaya a aparecerse a la vuelta de la siguiente esquina, por favor.

el helado está delicioso, claro, pero no tanto como este dolor de amor que tan bien le funciona a ciertos autores consagrados y que ahora es necesario ir a desperdiciar en un bar donde pongan las mejores canciones de ska y reggae del continente; casi todas o por lo menos las que importan, las que ME importan, hablando de amor, de alcohol y claro que de ELLA; en lugar de en una hoja de papel donde pueda consagrar dos o tres poemas que con alguna suerte, a mi muerte, serán inmortales o algo así.

¿y esa mujercita?, a todo esto, ¿dónde está? sucede que para esto no se ha enterado de nada y si se enterara que le importaría. Igual haría un mohín de desesperación y suspiraría con infinito desdén, reacción absolutamente lógica y que es lo más que puedo deducir, con el limitado conocimiento que tengo de su persona porque, ¿ya lo he dicho?, en realidad no la conozco ni se NADA de ELLA. Esta pasión que no podrían disimular tan bien las graciosas protagonistas de las mejores novelas de Jean Austen, se basa toda en ideas y en miradas furtivas. Y es que… ¿qué tal que la conozco y me entero que es fan de, no sé, las Águilas del América?... ¿del inmortal Real Madrid? o, peor aún, que no le gusta leer o que le gusta la música "de toda" o que le parece ridículo Steven Seagal, entonces ¿cómo pasaríamos los domingos?, ¿leyendo pasquines locales mal impresos que hablan presuntamente de algún arte alternativo y grupos de música locales, que con suerte no se habrán separado en tres meses?, ¿dándome lecciones infructuosas de baile?, que vaya, supongo que no estaría mal, pero eso ya es desviarse del tema. La conclusión lógica es que está todo mejor así; que ni se entere (ya para qué) y si por alguna mala suerte alguien llegara a comentarle algo (aquí vuelvo a invocar a los dioses de la manera más egoísta, porque seguramente debe haber alguna inundación horrible en algún lado que deberían estar atendiendo, para que esto no pase) que, por favor, por lo menos le de risa… no mucha, poquita. Porque además de todo, seguramente se ríe bien bonito; así que ya saben, si en un futuro no tan lejando me descubren como a un ladrón en su casa en la madrugada, escribiendo sobre una mujer que está muy bonita y que además se ríe bien bonito seguramente estoy hablando de ella, y la verdad qué.