1 de mayo de 2014

Esquizofrenia.

Alguien me contó alguna vez.

Traté de dormir esa noche, pero no pude porque lo único que hice fue pensar en ella, en tratar de decidir entre odiarla y amarla. Verán, para mí, es muy difícil decidir, tengo principios de esquizofrenia.

No se preocupen, la mantengo controlada con medicamentos.

Pero eso no me impide ser un romántico empedernido.

Algunos dirían que mi locura me hace más propenso a enamorarme, pero esas personas no son psiquiatras, son poetas o lectores voraces y todos sabemos que no se puede confiar en los poetas. Son ladinos, les encanta seducir a señoritas aunque a estas no les guste la poesía y escriben palabras de amor que no sienten, no se toman en serio ni les dejan de parecer ridículas. Babosos.

***

Cuando amaneció yo tenía los ojos hinchados de no dormir, la garganta me reclamaba por la sed que le hice pasar y la cabeza me estaba a punto de explotar de odio, de amor o de las dos cosas.

Nos conocimos en el metro. Me armé de valor, me le acerqué y tratando de parecer lo menos extraño posible le pedí permiso para soñar con ella. Por supuesto me lo negó, altanera y orgullosa.

Por supuesto que eso de pedirle permiso fue una mera cortesía, un descarado intento de quedar bien pero sin tener la menor intención de en realidad comprometerme a nada.

No le hice caso y comencé a soñar con ella casi diario. Dormido, despierto, daba igual. Después, llegando ya al límite del descaro, comencé a escribirle algunas cosas que a falta de un mejor nombre y con mucha vergüenza tuve que llamar poesías. También me gusta dibujar así que empecé a dibujar su rostro, lo mejor que pude recordarlo de aquella la única vez que la vi, en hojas de libreta cuadriculadas que no se hicieron para el amor, si no para las matemáticas; en fin, a amarla sin su permiso como el loco que, les repito, clínicamente soy.

Mi familia tiene amigos poderosos y así logré publicar algunos de mis escritos en los complementos culturales de los diarios más importantes del país. Cada uno venía acompañado de una dedicatoria que no podía ser más directa, descarada y desafiante. Decía así: "para ella, altanera belleza a la que le pedí permiso para amar (en el metro) y me lo negó."

Los críticos, algunos más por miedo y lambisconería para con los amigos poderosos de mi familia que porque de verdad lo creyeran se apresuraron a alabarme, sobre todo la dedicatoria, a la que le atribuían cualidades que combinaban la exquisitez clásica con la sabiduría callejera del barrio, del metro.

Puras mamadas.

Pero lo peor fue cuando al mes de haberse publicado el último de mis textos recibí por lo menos 5 cartas de señoritas profundamente ofendidas que me reclamaban, con todo derecho, debo admitirlo, el que me hubiera tomado la libertad de amarlas cuando de una manera tan clara me lo habían prohibido; prometían no volver a verme nunca en el metro y , si acaso lo hacían y lograban reconocerme, procederían a ignorarme y asegurarse al mismo tiempo de que yo me diera totalmente cuenta de su desdén.

***


Después la volví a ver en el metro, en la misma estación donde la conocí. Estaba haciendo un performance de danza moderna y había más de 5 cámaras alrededor de su compañía grabándolo todo. La gente pasaba a su lado, la mayoría indiferentes, los menos se detenían, ponían cara de sumo interés y fingían entender lo que veían. Algunos ni siquiera lo fingían, pude darme cuenta que sólo estaban ahí porque se habían enamorado de ella. Ni siquiera disimulaban, no pedían permiso para mirarle las nalgas, hijos de puta.

Los celos me consumían, debo admitirlo, pero no tenía ningún caso: Hombres, mujeres y niños la miraban... niños a los que aquel fugaz vistazo a sus ojos grandes y a sus piernas los acababan de condenar a una vida llena de melancolía que en el futuro encontrarían inexplicable; y es que enamorarse a los 6, 7, u 8 años es algo terrible, tu corazón se rompe y dada tu inexperiencia y la falta de estudios científicos al respecto es muy difícil que nunca llegues a descubrir la causa o que algún doctor te diagnostique; pasas entonces la vida persiguiendo romances quijotescos, condenados al fracaso porque una vez, cuando eras niño, te enamoraste de alguien de belleza superlativa y, por tonto, pensaste que lo que sentías era que extrañabas tus juguetes.

Al terminar la presentación algunos de los presentes, los que no estaban estupefactos, aplaudieron. Yo sólo sonreí y seguí de largo. Debí preguntarle si me reconoció, si había leído mis poemas en algún periódico y me había ganado el  permiso de soñar con ella, si acaso (improbablemente) ella era de verdad alguna de las mujeres cuyas encendidas cartas estaban en mi escritorio llenas de restos de comida y de café muy caro.

Pero ese nunca ha sido el punto, y los que no están locos son incapaces de entender para que nos enamoramos los esquizofrénicos.

1 comentario:

tessa dijo...

Enanillo soy tu fan Num. 1