4 de septiembre de 2014

Olvidar adrede libros de Borges.

En la mañana se levantó pensando en incendios, en quemar todos los bosques, en comerse todos los postres. Estaba, en pocas palabras, en medio de un frenesí incontrolable.

"Ya no puedes quemar mis libros, sí, quemé mis naves pero aún así voy a tratar de nadar hasta la orilla".

"Que bonita frase de despedida, idiota. No puedo creer que hayas dicho eso".

"Ahógate en el océano, en el camino de regreso", pensó con un cierto dejo de tristeza, que si lo vemos desde el otro lado, significa que casi no estaba triste, ni melancólica, sólo un poco, casi nada, pero lo suficiente para que, si un poeta la víera, con la exageración característica del gremio, le diagnosticara un incurable mal de amores.

Pero nosotros, personas perfectamente normales, no hubiéramos notado nada. Obviamente.

***

"Ya no puedes quemar mis barcos, ni siquiera me acuerdo de ti, pero si te me aparecieras de repente desnuda frente a mí en este momento (o con toda la ropa, pero dispuesta a seducirme y a quitártela eventualmente), no tendría ningún empacho, ningún problema, ninguno, de verdad, en volverme a enamorar de ti y así, otra vez, arruinarlo todo."

Pensó, con esa evidente satisfacción que sienten todos los hombres al hacerse pasar por víctimas ante cualquier situación amorosa que les resulte adversa.

"Pero que quieres, soy un romántico y un imbécil."

***

No se llevó ninguno de sus libros de Borges, el muy canalla.

Y con lo poquito que los soporta.

Cada que se acuerda de que probablemente se los dejó con toda la intención de chingarle tantito la vida, se le arruina el día.

Se le prenden las entrañas, como si volvera a enamorarse otra vez pero en vez de amor es odio. Como si volviera a odiarlo otra vez, a perderle la paciencia de nuevo, vuelve a ella esa completa incomprensión que la abrumaba, en los primeros de los últimos días, de como es que se había enamorado tanto de él, si siempre había sido obvio que no sabía rasurarse, recordar, hacer trámites en las oficinas de gobierno, ni mucho menos hacer todas esas cosas que le prometió con la ayuda de canciones que, ya en perspectiva, fueron compuestas para adolescentes de 15, 16, ó 17 años.

***

"...Ni romántico, ni nada, simplemente imbécil."

Si seguía por esta línea de pensamiento, es mejor no saber a donde iba ir a parar. Lo positivo era que todo rastro de heroísmo romántico había desaparecido ya, para dejarle paso a la más completa desesperanza.

Y es que le habían advertido que no desperdiciara todas las canciones de amor en un sólo par de ojos, por más hermosos que estos fueran... sí, sí… por muy increíble que fuera que fueran tan bellos a pesar de ser de un café nada especial, más bien pedestre. Pero eran grandes y tantito amielados vistos bajo la luz correcta y entonces sí, valió madre: todas las canciones de amor de Bright Eyes, como si las hubiera tirado al retrete.

"Y tiene tan poquitas ese güey. Se nota que ese cabrón es de los que corta a sus novias nada más para sentirse triste e inspirarse para componer sus pinches canciones.

¿Cuántas veces te pueden romper el corzón, idiota?, a la mayoría de la gente se lo rompen 1, ó 2, ó 3, ó 4 veces y ya dicen no, ni madre, no me la vuelven a hacer, que venga otro pendejo y les crea.

Pero este idiota ya lleva como 8 discos y contando...

Hoy estoy de un humor insoportable, querido diario, discúlpame, no es tu culpa, ni de mis discos, que acabo de hacer cagada…Por otro lado, en esta época, en pleno siglo XXI, ¿quién sigue comprando discos?. Me detesto."

***

Y lo mejor, o lo peor, es subirse al metro. Ahí no puedes extrañar a nadie, ni pensar en nada, pensó, con cierta satisfacción, un poco culpable. No tanta como para llamarle y decirle ya, no mames, ven por tus libros.

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